Un mensaje sencillo para una navidad complicada
La Navidad puede ser complicada.
Desde una perspectiva de la fe, celebramos el nacimiento de nuestro tan esperado Salvador y Mesías. Para muchos de nosotros, la gozosa anticipación llena nuestros corazones mientras esperamos momentos tiernos con nuestros seres queridos alrededor de la mesa o en un servicio a la luz de las velas. A otros les atormentan pensamientos de sillas vacías, las cuales son el resultado de relaciones rotas o la pérdida de seres queridos a causa de enfermedades o accidentes. Otros nos sentimos afligidos por las estaciones de radio de “ Navidad, todo el tiempo” y la compulsión de derrochar en “regalos perfectos”, mientras que otros están más ansiosos por colgar guirnaldas y luces. Para la mayoría, la Navidad es complicada: una mezcla de alegría, pena, esperanza y algunas molestias menores.
La teología de la Navidad también puede sentirse un poco complicada. En Jesús de Nazaret, el Hijo eterno de Dios tomó carne humana y nació de la virgen María. Esta es la encarnación: una persona, Jesucristo, con dos naturalezas, humana y divina. La iglesia ha luchado por captar bien esto. Los desacuerdos sobre la encarnación inspiraron nuestros tres credos ecuménicos (el de los Apóstoles, el de Nicea y el de Atanasio). Incluso dos de nuestras confesiones reformadas (el Catecismo de Heidelberg y la Confesión belga) hablan extensamente de esta gran verdad. Luchamos con la encarnación en nuestra propia espiritualidad. Mucha gente ve a Jesús como un espíritu incorpóreo o como un profeta sabio y ejemplo moral para todos los tiempos. Pero la Biblia enseña que no sólo murió sino que también resucitó y ascendió físicamente al cielo, donde ahora reina a la diestra del Padre.
Si bien la Navidad puede ser complicada, estoy convencido de una verdad simple que a menudo se pasa por alto: la Navidad también pasa en nosotros. No me refiero a una transformación de Scrooges o Grinches a fuentes burbujeantes de alegría navideña (aunque quizás también necesitemos un poco de eso). Estoy hablando de Dios, nuestro Emanuel, que está con nosotros y en nosotros.
A través de Jesucristo, el Espíritu de Dios ha hecho su residencia en nosotros; por su Espíritu, Cristo ha venido a vivir en nuestros corazones. Jesús reconoce en Juan 17 que él está presente en todos los creyentes así como el Padre está en él y él está en el Padre. ¡Asombroso!
Cualquiera que sea la complicada realidad física, emocional o espiritual que enfrentes esta Navidad, debes saber que Jesús no es solo un bebé en un pesebre rodeado por José, María y algunos pastores. Jesús está en ti.
Que Dios te bendiga esta Navidad con su presencia en ti.