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Marcos 10:35-45 muestra dos enfoques muy distintos del uso del poder. Los discípulos son expuestos como sedientos de poder y vulnerables a una expresión mundana del poder. Jesús intervino aclarando que una visión mundana del poder “oprime” a las personas a las que influye. Jesús proclamó: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor” (v. 43). Jesús muestra que el poder y la influencia no son negativos en sí mismos, sino que son un don de Dios para el bien. Sin embargo, Jesús también insiste en que un mal uso del poder no es aceptable para los líderes de su reino. Más bien, exige que lideren como humildes servidores para la gloria de Dios y el florecimiento de los demás. Después de todo, siguen al que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (v. 45).
Todos los que estamos unidos a Cristo por la fe y servimos en la vida de la Iglesia estamos llamados, en este pasaje y en otros (Fil. 2:1-10), a esta forma de ser. Jesús mismo, en respuesta al deseo de poder expresado por sus discípulos, los llamó (y nos llamó) a usar el poder para dar gloria a Dios y servir a la gente— una forma de tener poder que confronta y contrasta con las formas en que el mundo usa el poder. No sólo recibimos este llamado de Cristo, sino que Jesús vive y crece dentro de nosotros (Gálatas 2:20). Como resultado, nos vemos transformados en el tipo de personas que tienen y usan el poder a la manera de Cristo.
Dicho esto, hasta que Cristo vuelva y nos lleve a la perfección, seguiremos luchando contra el impulso de abusar del poder y de los demás. Realidades horribles como el abuso verbal, emocional, psicológico, físico, sexual y espiritual se encuentran entre nosotros. El poder que poseemos en virtud de nuestra persona o nuestra posición siempre puede torcerse hacia el proyecto de construirnos a nosotros mismos y nuestros propios reinos a expensas de los demás. Esto es cierto tanto para los pastores como para los líderes del ministerio laico y los miembros de la iglesia.
Conscientes de estas horribles realidades y con la hermosa esperanza de la obra transformadora de Cristo, ofrecemos el siguiente código de conducta para los líderes ministeriales. Está moldeado por las Escrituras y por los compromisos que se encuentran en nuestras declaraciones confesionales y testimonios contemporáneos. (Véase Confesión Belga, Artículo 28; Catecismo de Heidelberg, P&R 55, 107, 111.) Surge de una respuesta del Sínodo de 2018 a los patrones de abuso que se habían señalado y tiene como objetivo prevenir tales abusos en el futuro. Que la paz de Dios esté con nosotros.